A seis meses del asesinato del kiosquero de Ramos Mejía, su familia planea cerrar el local e irse del país

Temen por su seguridad en el día a día y consideran que la situación no les favorece. El recuerdo de Roberto Sabo a seis meses de su brutal asesinato.

A casi 6 meses del asesinato de Roberto Sabo, el kiosquero de Ramos Mejía. Foto: Clarín.
A casi 6 meses del asesinato de Roberto Sabo, el kiosquero de Ramos Mejía. Foto: Clarín.

El recuerdo de Roberto Sabo, el kiosquero de 48 años asesinado en su local en Ramos Mejía por Leandro Suárez, un criminal que ya tenía antecedentes y contó con la complicidad de una menor, todavía está más que latente en su familia y en los vecinos de la zona.

Los familiares y amigos de Roberto durante el velatorio en Ramos Mejía.
Los familiares y amigos de Roberto durante el velatorio en Ramos Mejía.

Es por ello que la familia de Roberto tomó una decisión drástica ante la dramática situación vivida: cerrar el kiosco e irse del país.“Sabemos que a papá le dolería, pero nos apoyaría”, expresan sus hijos al respecto.

Ya transcurrieron casi seis meses de su brutal asesinato, y este viernes, a partir de las 19.00 h., habrá una nueva marcha para reclamar seguridad y justicia, que partirá desde Avenida de Mayo 865, en Ramos Mejía, lugar donde murió Roberto.

“Esto es ya no es vida”, la desgarradora frase de los familiares de Roberto

Esto es ya no es vida, uno se automatiza, se levanta, abre el negocio y labura porque no queda otra, pero esta vida apagada, oscura, ya no es vida para mí, ni para mi esposa Magdalena, y es muy dura para mis nietos Nicolás y Tomás, y también para Patricia, la mujer de Roberto”, relata Pedro, de 75 años, el padre del kiosquero asesinado.

Pedro Sabo, de 75 años, el padre de Roberto, el quiosquero asesinado en Ramos Mejía.
Pedro Sabo, de 75 años, el padre de Roberto, el quiosquero asesinado en Ramos Mejía.

Y luego continúa haciendo referencia a la decisión familiar de querer abandonar el país: “Por suerte estamos muy unidos, somos un bloque inquebrantable, pero estamos de acuerdo en que ya no queremos venir más al kiosco y estar a merced de los delincuentes. Tengo miedo que le pase algo a mis nietos”.

Y también agrega: “Las condiciones son muy estresantes y no confío en los que nos tienen que cuidar. El delincuente está al acecho, esperando la oportunidad y no tendrá compasión”.

A su vez, Nicolás, de 26 años, nieto de Pedro e hijo de Roberto, confiesa: “La muerte de mi viejo es un agujero enorme, su ausencia es notoria y no la podemos caretear. Imaginate que estamos laburando en el lugar donde él estuvo más de veinte años y donde lo mataron como a un perro. O sea que su espíritu, esencia, voz, hasta sus bromas están aquí en forma constante”.

Y luego expresa más de sus experiencias: “A veces creo que por ese pasillo -señala el fondo del comercio- está por aparecer, es muy loco, puede resultar hasta morboso estar aquí, pero tenemos en claro que si de elegir ya no estaríamos, pero es la fuente de ingresos de toda la familia”.

A continuación, Tomás, de 18 y el otro hijo de Roberto, comenta su experiencia: “Hablamos mucho de cerrar el kiosco e irnos a vivir a fuera. Tenemos un primo hermano contador, que está en Génova (Italia), y que se fue hace menos de un año. ¿Sabés por qué se fue? Por la inseguridad. En ese momento pensábamos que exageraba y a los pocos meses asesinaron a nuestro viejo”.

Es que el contrato de alquiler del kiosco se vence en octubre “y no tenemos pensado renovarlo; es más, vamos a vender el fondo de comercio”, comentan los hermanos.

Lo cierto es que el miedo que padece la familia a partir de lo sucedido es algo que los persigue a diario: “Estamos paranoicos, miramos las caras de los que entran, los gestos, vivimos en estado de alerta. Tampoco es fácil cerrar el kiosco y pensar en una vida en otro país, pero hay que ser más flexible. Papá era terco, cabeza dura, tenía casa propia, auto, no había necesidades y laburaba los domingos... Y un domingo lo mataron”, comenta Nicolás.

Roberto Sabo junto a sus hijos, Nicolás y Tomás.
Roberto Sabo junto a sus hijos, Nicolás y Tomás.

Sobre la opinión que tendría Roberto acerca de esto, sus hijos coinciden: “Seguro que le dolería, pero sabiendo lo que pasó no dudaría en bajar la persiana y proteger a la familia”.

Y Pedro agrega: “Estas cuatro paredes eran la vida de Rober, pero más importante era su familia. Era parecido a mí, un loco por el laburo, pero con sentido común”.