Hace pocos años, desde el fondo de un armario casi en desuso una joven extraía un paquete de textos originales y ológrafos, guardados allí con cierto cuidado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. A la vista los originales de lo que sería en definitiva el Diario de Helene Berr, una joven francesa de raigambre judía que vivió en la Francia ocupada por los nazis durante el conflicto bélico.
Repasar las historias que emergen de aquellos años funestos no es una tarea sencilla. Mucho menos que haberla relatado en persona, es verdad eso. Pero no deja por ello de tener cierta gravedad y demandas frente a la hoja en blanco demandante de contenidos.
La fuente de este escrito es el diario editados en este Siglo, donde se recogen aquellos originales del Siglo anterior. ¿Y que más queda del rostro dulcemente juvenil de Helene? ¿A dónde fue a parar ese peinado desactualizado pero elegante, capaz de despejar su rostro para dejar a la vista facciones activas y ensoñadas? ¿Dónde quedaron las sonrisas compartidas en los campos verdes de París junto a Jean, su novio que terminó siendo soldado?
A veces la humanidad contrae deudas que le cuesta saldar, como esta. Porque no sabemos las respuestas a esas preguntas y tan solo la pena asola las reflexiones de una sinrazón tan cruel.
Lo cierto es que a pesar de todo, estos manuscritos aportan una nueva vista, una sensación agregada a todas que interpela por mañana, y por el día después de mañana.
Cuando los días eran diferentes.
Helene Berr era una chica en París de mediados del Siglo XX. Provenía de una familia tradicional y adicta a la cultura y a las artes, dotándola de un cierto refinamiento perceptivo literario que cambiaba (como nos pasa a todos) la percepción del mundo cotidiano.
Shakespeare e Hyperion, Keats, conciertos, bibliotecas. Libros leídos. Así parecen las estaciones donde transcurre este diario (o más bien epistolario o quizás unas crónicas) realizado entre abril de 1942 y Marzo de 1944. Es la forma en la que Helene sobrevivía al horror, aun a pesar de la mocedad veinteañera de su existencia. Un sitio donde la belleza esta llamada, y de repente invadida por los nazis.
Helene era alumna en la Sorbona, donde estudiaba Literatura mientras juntos a sus amigos más cercanos cerraba los ojos mientras tocaba el violín. Su pelo sin sortijas, la frente despejada y el rostro sereno de esa joven bajo el estimulante embrujo de Mozart….no es una alegoría de la belleza sino un sustantivo.
Cuando es 7 de abril de 1942 y pareciera que el mundo intenta derrumbarse, un sueño se aproxima al cumplimiento de Helene. Con el temor de los iniciados apenas golpea la puerta de la residencia de la calle Villejust 40, lo cual nada diría y seria quizás una dirección cualesquiera sino fuese que vivía allí el poeta Paul Valery. La joven y sus sueños llamaron a la puerta con un ejemplar de poemas de Valery, a la espera de una dedicatoria autografiada que fuera simiente. Y entonces los trazos manuscritos y pretendidamente premonitorios “Al despertar, tan suave la luz y tan hermoso este azul vivo. Paul Valery”. Como un tobogán sensitivo, imagino la lectura y relectura de aquella frase única y a partir de ese momento, exclusiva. Tan suave la luz, decía.
El camino del Dante
Los círculos dantescos que representan el camino al infierno son nueve, y en este se encuentra la Caína que es el sitio donde residen aquellos que han matado a sus hermanos. Vaya uno a saber la veracidad de la creación de Alighieri pero es lo que se me ocurre pensar cuando las tropas alemanas continuaban su marcha maldita y desenfrenada. Cuando hicieron estallar las vidas y el verde, la quietud, la serenidad y la paz. Cuando violentaron con flagrancia el azul matutino de Valery o los ojos cerrados de Helen Berr.
Me pregunto cuanto debo trascribir de este diario, y pienso que poco. Dudo si mucho pero digo que no hay un punto en el cual detenerse sin hilvanar hacia el siguiente, sin esperar que la historia cambie entre poemas y la Resistencia.
El novio de Helen se llamaba Jean Morawiecki y cuando la aplicación de las leyes represivas nazis hacía sus primeros estragos parisinos, se plegó a la Resistencia francesa y se hizo soldado. Helen Berr estrujó sus penas e hizo lo que hoy nos conmueve: escribir. Lentamente, suspicazmente, solitaria. Con el afán de mantenerse unida a su novio y al mundo, iba cerrando capítulos de aquellos años escribiendo sensaciones y viviendo como podía. Se enroló como voluntaria, intentando plasmar en hechos los elevados apotegmas que los libros le influían.
Su familia fue trasladada a Auschwitz. Su padre fue envenenado allí y su madre, murió poco después.
Helen depositó los manuscritos de sus escritos en manos de la cocinera de la familia con el único cargo y encomienda de llevárselos a su novio, clandestino en la resistencia armada.
Por fortuna de los hechos y fidelidad de aquella mujer, las cartas y narraciones fueron llegando a manos del joven partisano. Cosas de la vida, secuelas de la guerra.
Finales sin apología
El diario de Helen Berry no sigue en los campos de concentración, sino que finalizan cuando el horror es inentendible, cuando ya no existe reservorio de moralidad, fortaleza o aislamiento. Cuando los hechos sobrepasan el espíritu de supervivencia o la entereza anímica. O en el caso concreto, cuando Helene fue parte de la marcha de la muerte, trasladándose hacia el campo de Bergen Belsen. Atrás había quedado el Campo de Marte, la literatura inglesa y los acordes de Mozart. Lejos la sensibilidad, el amor y las palabras precisas.
Nuca más se encontró con Jean, su novio. Sin embargo, las cartas llegaron a destino y fue en el año 1992 en que una sobrina le pidió permiso a aquel viejo soldado apenado para publicar esas memorias. Los anillos del Danto también suben, y en alguna estación estaba la respuesta positiva. Quizás por eso, quizás porque la humanidad debe saldar su deuda y necesita insumos o quizás porque el azul de Valery aún no desapareció…no lo sé.
No voy a transcribir párrafos de Helen Berr. Su vida es más que su diario y citarla sería injusto. De alguna extraña forma prevista por el destino sus cartas fueron a la cocinera, de allí al partisano, 60 años después a un editor. El tiempo sigue, y Dante sigue siendo un refugio. La extraña forma ha sido un designio para traer aquí, a las maderas y el fuego, este ejemplar del Diario de Helene.
Apenas faltaban cinco días para la liberación del campo de Bergen Belsen y muy poco también para la finalización de la guerra, cuando la vida de la joven risueña se apagó. Era abril de 1945.
Por Carlos Saboldelli.