Se quedaron sin trabajo y desde hace cinco meses viven en un colectivo

Una familia se encuentra subsistiendo frente a la crisis económica en la quedaron sumidos, tras el cierre de la panadería dónde trabajaban.

La familia pide ayuda y que le den un modo habitacional, para poder abandonar el colectivo.
La familia pide ayuda y que le den un modo habitacional, para poder abandonar el colectivo.

La pérdida de puestos de trabajo afecta a varias familias del país y en Catamarca, en particular, se dio un caso llamativo, ya que debido al cierre de una panadería, el sostén de la familia se quedó sin ingresos y desde hace cinco meses viven en un colectivo.Si bien pidieron ayuda al gobierno para que les den un módulo habitacional, todavía no obtuvieron respuestas.

Como no podían seguir pagando el alquiler del departamento dónde vivían y con apenas los ingresos esporádicos que obtiene el padre de familia por la venta de verduras, no había nada que se pueda costear. Por eso Laura, la esposa, decidió pedir a una empresa de colectivo, una unidad que tenían en desuso y tras recibirlo, lo modificó para transformarlo en su hogar.

"Todo comenzó cuando mi pareja se quedó sin trabajo y nos prestaron una parte de una vivienda en la casa de un familiar, no estábamos bien. Yo no me quedé quieta y fue cuando averigüé formas de vida en internet y vi lo del colectivo. Pasaba por la empresa y veía el colectivo estacionado. Me lo donaron, me hice cargo de los papeles y empezamos a ver qué podíamos hacer en esa estructura. Armamos todo con las cosas que teníamos”, relata la mujer, recordando como comenzó esta historia.

“A nadie de mi familia le gustaba la idea de que yo viva acá. Mi familia me ayuda pero con las limitaciones que tiene. Todos lloraban y me decían que no era vida esto en un colectivo. Con el tiempo me di cuenta de que realmente no estaba haciéndolo bien. Pero a pesar de eso, limpié el terreno que nos donó una tía y trajimos el colectivo. Era nuestra única opción”, agregó.

Respecto a cómo es la vida dentro de la unidad, comentó: "No me di cuenta de lo que era vivir acá hasta que llegó el invierno: las chapas se congelaban, hacía frío al punto que tuvimos que llegar a dormir tapados con hasta diez colchas y abrigados. Nos levantamos con dolor de cabeza del frío que nos hacía. Tratábamos de verle el lado positivo y pensábamos en que no nos mojábamos con la lluvia, pero después llegó el calor. Con el calor llegaron los bichos, los alacranes. A las 9.00 se vuelve imposible estar acá, todo tengo que hacer de noche, limpiar, lavar ropa, estudiar".

El click para intentar abandonar esta forma de vida, llegó a través de una experiencia vivida por el hijo de la pareja, que tiene tres años. "Mi hijo va al jardín. Si bien ahora no lo nota y es una aventura para él vivir aquí, nos ve comer juntos y hablar, estamos bien. El otro día pasó algo que me hizo el click: le pidieron en el jardín que dibuje su casa y un compañero le dijo que no era su casa, que era un colectivo y él se puso a llorar. Eso me puso muy mal y me hace seguir luchando por una mejor forma de vida para mi hijo", concluyó en diálogo con El Esquiú.