El hígado graso, una condición caracterizada por la acumulación excesiva de grasa en las células hepáticas, se volvió cada vez más común debido a factores como la dieta inadecuada y el sedentarismo. Sin embargo, adoptar hábitos saludables y consumir ciertos alimentos puede ayudar a mitigar sus efectos.
Qué es el hígado graso
Según Healthline, el hígado graso se produce cuando hay una acumulación excesiva de grasa en las células hepáticas (células principales del hígado). Si bien es normal que estas células contengan una pequeña cantidad de grasa, se considera que hay hígado graso cuando esta supera el 5%. Aunque el consumo excesivo de alcohol puede ser una causa, en muchos casos, la condición no está relacionada con su ingesta.
Existen diversas afecciones que se agrupan bajo el término de enfermedades del hígado graso no alcohólico (EHGNA), que es la forma más común de enfermedad hepática tanto en adultos como en niños en los países occidentales.
Cuáles son los síntomas del hígado grueso
Entre los síntomas que se pueden desarrollar por EHGNA, se encuentran:
- Fatiga y debilidad
- Molestias leves o sensación de plenitud en la parte derecha o central del abdomen
- Elevación de enzimas hepáticas
- Niveles altos de insulina
- Aumento de triglicéridos
Si la enfermedad avanza, se pueden presentar los siguientes síntomas:
- Pérdida de apetito
- Náuseas y vómitos
- Dolor abdominal de moderado a intenso
- Color amarillento en ojos y piel
Cómo se desarrolla el hígado graso
Existen algunos factores que pueden contribuir a desarrollar el hígado grueso:
- Obesidad: La obesidad en general provoca una inflamación de bajo grado que puede facilitar la acumulación de grasa en el hígado. Se estima que entre el 30% y el 90% de los adultos con sobrepeso padecen EHGNA, y esta condición está en aumento entre los niños debido a la epidemia de obesidad.
- Exceso de grasa abdominal: Las personas con un peso normal pueden desarrollar hígado graso si presentan “obesidad visceral”, lo que significa que tienen una cantidad significativa de grasa alrededor de la cintura.
- Resistencia a la insulina: Se demostró que la resistencia a la insulina y los niveles elevados de insulina contribuyen a la acumulación de grasa en el hígado, especialmente en personas con diabetes tipo 2 y síndrome metabólico.
- Ingesta elevada de carbohidratos refinados: Un consumo frecuente de carbohidratos refinados favorece la acumulación de grasa hepática, especialmente en individuos con sobrepeso o resistencia a la insulina que los consumen en grandes cantidades.
- Consumo de bebidas azucaradas: Las bebidas azucaradas son ricas en fructosa, un componente que se demostró estar relacionado con la acumulación de grasa en el hígado tanto en niños como en adultos.
- Deterioro de la salud intestinal: Investigaciones indican que un desequilibrio en las bacterias intestinales, problemas con la función de la barrera intestinal u otros trastornos de la salud intestinal pueden contribuir al desarrollo de hígado graso.
Qué efecto tiene la miel sobre el hígado graso
La miel brinda grandes beneficios para aquellos que tienen el hígado graso:
- Reducción de marcadores de EHGNA: La miel ayuda a disminuir un marcador clave de la enfermedad del EHGNA.
- Disminución de grasa hepática: Su consumo puede reducir los niveles de grasa en el hígado, disminuyendo el riesgo de desarrollar EHGNA o ralentizando su progresión.
- Rica en antioxidantes: La miel contiene antioxidantes que protegen el hígado del daño celular.
- Edulcorante natural con prebióticos: Actúa como un edulcorante natural y contiene prebióticos que promueven el crecimiento de bacterias intestinales beneficiosas.
- Microflora intestinal saludable: Fomenta una flora intestinal equilibrada es esencial para la salud hepática y puede prevenir la inflamación y enfermedades hepáticas.
- Protección hepática indirecta: Al promover una microflora intestinal saludable, la miel contribuye a la protección del hígado de manera indirecta.
A pesar de que no hay una ingesta diaria recomendada específica para la miel, la Organización Mundial de la Salud (OMS) aconseja que los azúcares libres, que incluyen tanto los monosacáridos y disacáridos añadidos por los fabricantes como los azúcares naturalmente presentes en los alimentos, no superen el 10% de la ingesta diaria total de energía de una persona.