En la última edición de los Premios Gardel sucedió algo insólito. Duki –el máximo exponente argentino de este género en expansión– subió a cantar su hit Rockstar acompañado por una orquesta sinfónica que lo recibió con una introducción tanguera.
Frente a ese ensamble de violines, chelos y trombones, el pibe de los tatuajes en la cara se comió el escenario. ¿Quién es Duki? ¿Es argentino? La respuesta es que sí, y que es el nuevo ídolo de miles de adolescentes.
Como explica el periodista Nicolás Igarzabal, lo que no se inventó en Argentina es el trap. Este género nació en Atlanta, en los '90, como un derivado del hip hop, y su nombre se relacionó con las "house traps" donde se negocian drogas.
¿Por qué cautiva tanto a los jóvenes, y genera tanto rechazo entre los adultos? Su rapeo tiene una métrica más dúctil y no tan cuadrada y una atmósfera más oscura. Las voces abusan del Autotune, editor de voces que para algunos es un recurso para maquillar algún error mínimo de afinación, pero acá se usa como un instrumento más, logrando un sonido artificial, metalizado y casi idéntico para todos los cantantes.
En aquella misma noche de los premios Gardel en la que el Duki se impuso, Charly García dijo una frase picante: "Hay que prohibir el autotune", en clara referencia a Duki y el nuevo género musical.
Las bases del trap se arman con ritmos programados en computadora, apoyados en un banco de beats que crea esa percusión tan característica de hi-hats enloquecidos (esos dos platillos de batería), de ahí ese cascabel hipnótico de fondo. Es decir: el trap es una voz metálica cantando sobre una base de repiqueteo electrónico, a ritmo lento.
Algo que preocupa a los padres son las letras, y hay realmente un abanico de versiones opuestas: hay letras sobre sexo, drogas, y violencia, y también están, por ejemplo, Paulo Londra, otro exponente del trap, que como cristiano, apuesta a letras sobre el amor, no habla ni de drogas y siquiera de alcohol, y se muestra con un perfil totalmente diferente.