Ellos formarán el mañana, por Cristina Bajo

A mitad de la época victoriana, los grandes escritores comienzan a escribir historias sobre y para chicos.

Cristina Bajo
Cristina Bajo

Dicen que la novela favorita de Freud fue David Copperfield, de Charles Dickens, y que tan importante le pareció, que fue el primer regalo que le hizo a su novia. Quizás el padre del psicoanálisis comprendió que era la primera novela donde un niño contaba sus experiencias en primera persona, describiendo sus asombros, sus miedos, el "observar" cuanto sucedía a su alrededor.

Es a mitad de la época victoriana cuando los grandes narradores comienzan a escribir historias sobre y para chicos; varios de ellos se atrevieron a contar sus miedos infantiles, las dificultades que tuvieron para dormir, los rituales que mantenían en la oscuridad. En otros, fue el deseo de alejar recuerdos dolorosos o terribles lo que los llevó a crear mundos más felices donde habitar, para barrer las sombras e iluminar la sala de juegos.

Una novela maravillosa –escrita ya en el S.XXI– El libro de los Niños, de A. S. Byatt, toca justamente ese punto en la historia de la Inglaterra: poco antes de la Primera Guerra Mundial, la sociedad regresa a los cuentos de hadas, bellísimamente ilustrados, pues los adultos estaban tan seducidos como los niños por el tema: la obra de teatro de J. M. Barrie, Peter Pan, fue un éxito en el Londres de 1904. Y el público era adulto y compuesto, en general, por mujeres. Lo mismo sucedió con Lewis, el creador de Las Crónicas de Narnia, dando a su vez nacimiento a una cantidad de mujeres narradoras e ilustradoras de libros infantiles que hasta hoy nos atraen.

La contrapartida de este movimiento fue el acercamiento a la niñez de las clases obreras, tomándose conciencia sobre la brutalidad de ocupar a los niños en trabajos sobrehumanos, de la indiferencia criminal de los patrones y del Estado cuando se los agotaba en fábricas malsanas o se los usaba en las minas, casi como si fueran ponys o canarios, para detectar las emanaciones de gas, pues con su poco peso y condiciones lastimosas, eran los primeros en caer ante las filtraciones tóxicas.

Esta conciencia hizo que surgieran los que, a través de notas periodísticas, en conferencias y en novelas, denunciaran las condiciones en que sobrevivían estos niños, en el espanto de los asilos y orfanatos, el hambre, la mortalidad infantil, y la realidad de ese Imperio donde sus niños morían como moscas de extenuación y pobreza.

Dicen que el escritor no tiene el poder de cambiar a la sociedad. Sin embargo, escritores como Dickens con la constante denuncia que hizo en sus trabajos literarios y periodísticos, las novelas de Charlotte Brontë, de Mrs. Gaskell, de George Eliot sobre el sufrimiento de las clases obreras y el desamparo de sus familias, lograron abrir los ojos de muchos victorianos que comenzaron a exigir la intervención del Estado en la inspección de los organismos dedicados a contener huérfanos e indigentes, y la necesidad de detener el hambre, el ultraje, el abuso de sus escasas fuerzas.

Pero, sobre todo, el derecho a estudiar, para que mediante el estudio, pudieran ser gente de bien pues, como dijo un educador de entonces, aquellos niños serían los que sustentarían el país del mañana. Y eso, es una premisa que, al día de hoy, y entre nosotros, tiene fuerza de destino.

Sugerencias:

1) No nos contentemos con lo que el colegio enseña: agreguemos otros intereses desde el hogar.

2) Despertemos en los niños curiosidad; es el principio del aprendizaje.

3) Aprovechemos tanto los libros como la tecnología a la que ya no es difícil acceder.

4) El libro de los Niños puede encontrarse y leerse en Internet.