Silvia, la ‘profe’ de inglés con asistencia perfecta

Silvia Mabel Henríquez nació en Mendoza y actualmente trabaja en Buenos Aires. En 25 años de servicio en la docencia nunca falto ni llegó tarde ni tomó licencia por enfermedad.

Silvia Mabel Henríquez nació en Mendoza, pero es profe de inglés en el colegio Manuel Belgrano de Villa Ballester.
Silvia Mabel Henríquez nació en Mendoza, pero es profe de inglés en el colegio Manuel Belgrano de Villa Ballester.

Silvia Mabel Henríquez es una docente mendocina que ejerce en el colegio Manuel Belgrano de Villa Ballester (Buenos Aires). Como una profesora de inglés que encuentra su motivación en ver cómo evolucionan sus alumnos, aceptó el desafío de trabajar virtual como consecuencia de la pandemia de Covid-19 declarada en 2020.

Hasta aquí la historia de Silvia es similar a la de tantos docentes de Mendoza y de nuestro país. Lo que la hace singular es que en 25 años de servicio ha tenido asistencia perfecta: nunca faltó ni llegó tarde ni tomó licencia por enfermedad. “¿Cómo pude lograrlo? Nunca me lo propuse, ni pensé que podía lograr algo así, simplemente se fue dando. Debo reconocer que me ayudó tener una buena salud y, además, priorizar mi responsabilidad y vocación. Algunas veces asistí a clases con alguna dolencia que finalmente pude superar”, reconoce.

Silvia nació y vivió en Rodeo de la Cruz, Guaymallén. Estudió en la Universidad Nacional de Cuyo, donde se recibió de profesora de Inglés. Luego se casó y se fue a vivir a Buenos Aires. Si bien ha ejercido la docencia en los diferentes niveles, actualmente está concentrada en la secundaria.

Desde Buenos Aires, la ‘profe’ con asistencia perfecta confiesa que vivir con sueños y proyectos es lo que le da esperanza, fortaleza y sentido a su vida. “Mi sueño inmediato es volver a ver a mis alumnos y retornar a la normalidad en todos los aspectos de la vida y para todo el mundo”, admitía cuando la vuelta a la presencialidad no se veía tan clara.

Sin embargo, esta mujer tiene una añoranza mayor que comparte con su marido: regresar a vivir a su Mendoza natal que tanto ama y tan bien le hace. Y si de soñar en grande se trata: le gustaría ver más seguido a sus dos hijos que viven en Canadá. “Me da felicidad y plenitud ver a mis hijos que han crecido con valores y que son personas independientes y de bien”, argumenta emocionada.

-¿Cómo decidiste ser docente?

-Me gustaba aprender idiomas, inglés en particular, y tenía la posibilidad de hacer un traductorado o un profesorado, y elegí finalmente la docencia porque también me gustaba la enseñanza.

Veía que ser docente me brindaba la posibilidad de interactuar con niños y jóvenes, y trabajar para que tengan un futuro mejor. Veía en ello una función social porque un docente puede ayudar a los jóvenes a modelar su futuro y, con ello, al futuro del país. Puede fomentar en ellos la imaginación y la creatividad, acompañar su crecimiento, la formación de su personalidad, además de proporcionarles herramientas que necesitan para desenvolverse en su vida y tomar sus propias decisiones.

-¿Seguís eligiendo la profesión?

-Con el tiempo pude reafirmar que la enseñanza era realmente mi vocación. Me motiva ver cómo evolucionan mis alumnos y su respuesta frente a los conocimientos que les transmito, y ver los frutos de mi trabajo a diario.

Como docente puedo transmitir no sólo conocimientos, sino también valores e incluso ayudar, dentro de mis posibilidades, a los chicos que sufren problemas de bullying o de familia. Ellos te lo piden implícita o explícitamente, y es una gran satisfacción personal poder hacer algo por ellos, al menos escucharlos y comprenderlos, y que luego te lo retribuyan demostrándote mucho afecto.

Además me fascina que en esta profesión nunca dejás de aprender. No sólo enseñás, sino que los alumnos también le enseñan al docente. Cada generación de alumnos que va pasando te deja algo nuevo y distinto.

-¿Cuál fue o es la satisfacción más grande que te ha dado la docencia?

-Son las frecuentes muestras de afecto y agradecimiento de los chicos, y muchas veces también de los padres, no sólo por lo que han aprendido sino también por la contención que se les ha dado. También el recuerdo y reconocimiento de los alumnos después de muchos años de egresados cuando casualmente me encuentro con ellos.

Con los años, he logrado desarrollar una buena relación con mis alumnos, basada en el respeto, el aprendizaje y el afecto. Los jóvenes llegan a la escuela, en general, necesitados de mucho afecto y contención.

-¿Cómo fue adaptarte a la educación virtual en el marco de la pandemia?

-Inicialmente fue muy dificultoso. Nos despedimos de nuestros alumnos un día viernes hasta el lunes, pero ese lunes nunca llegó. De repente, tuvimos que trabajar en la virtualidad. Todo era nuevo para alumnos y docentes. Y se sumaron las dificultades de la conectividad.

Fue realmente un verdadero desafío para mí y para la mayoría de los docentes. No estábamos preparados para enfrentar la educación virtual, no teníamos capacitación, preparación ni, menos aún, experiencia. En general, nos faltaban contenidos online organizados y no conocíamos bien las herramientas de enseñanza y aprendizaje virtual.

Pero debimos hacernos cargo de la situación y sostener las clases virtuales con el mayor compromiso y creatividad posibles para poder enseñar y motivar a los alumnos en la distancia. Trabajé con la plataforma Classroom de Google y tuve que crear todos los contenidos de mi asignatura y tareas para los chicos.

Fue un año de enorme esfuerzo para los docentes, mental y en horas de trabajo, mucho más que en la modalidad presencial.