Hablar de maternidad hoy implica moverse en un territorio saturado de voces. Durante décadas, los libros y manuales de crianza, las columnas en revistas y, más tarde, los programas de televisión y las recomendaciones pediátricas marcaron el rumbo de lo que debía hacerse para ser una “buena madre”. Esos discursos moldearon generaciones enteras, trazando la frontera entre el acierto y la falta. Con el tiempo, las figuras de autoridad se transformaron. A la voz del experto se sumó la de las gurúes de maternidad —en su mayoría mujeres— que en las redes ofrecen acompañamiento, experiencias personales y respuestas inmediatas.
Las plataformas digitales proponen, en apariencia, la democratización de la palabra, aunque ya sabemos que sus algoritmos tienden a homogeneizar los mensajes, repitiendo una y otra vez aquello que confirma lo que cada audiencia ya piensa.
Dependiendo del lado del algoritmo en que una quede, la maternidad se narra desde polos opuestos. En un extremo aparecen las tradwives, versión contemporánea de la madre abnegada que reivindica la vida doméstica y el retorno a un orden familiar “natural”. Con una estética cuidadosamente curada —aunque no siempre tan nueva como parece— promueven la idea de que el sentido femenino se alcanza en la entrega total al hogar.
En el otro extremo, emerge la figura de la madre libre y harta, que bajo la premisa del deseo individual absoluto busca preservar el yo frente a toda demanda. En esa narrativa, la maternidad aparece casi como un suceso lateral, algo que no debería alterar el centro de la identidad personal.

Entre estos dos polos se despliegan voces que intentan devolverle matices a la conversación. Son creadoras que hablan del cansancio sin culpa, que reconocen los límites de la perfección y que advierten sobre la infotoxicidad que genera tanta exposición. Proponen una mirada más empática, capaz de sostener la ambigüedad sin necesidad de clausurarla. Pero el algoritmo no se alimenta de matices, sino de contrastes. Lo equilibrado circula menos, porque no promete escándalo ni ofrece respuestas rápidas.
La maternidad contemporánea se mueve entre la entrega y la afirmación del yo, entre el deseo de cuidar y la necesidad de no disolverse en ese cuidado. A veces se la exalta como experiencia luminosa y plena; otras, se la vuelve invisible cuando no encaja con la imagen de la mujer “liberada de viejos mandatos”, esa figura productiva, viajera y, en lo posible, sin huellas físicas ni emocionales de la maternidad. Al mismo tiempo, se celebra la figura de la madre harta, como si el cansancio y el desborde fueran ahora un signo de lucidez o rebeldía. Y claro que el hartazgo aparece —cómo no habría de hacerlo— mientras las tareas de cuidado sigan recayendo de manera casi exclusiva sobre las mujeres. Pero el problema es que muchas veces esa figura se vuelve caricaturesca, e incluso adultista, porque coloca el malestar en el plano individual y no en la desigualdad estructural que lo produce. Las presiones no desaparecen, solo cambian de forma. Lo que antes se imponía como deber ahora se presenta como elección, y aun así conserva su tono imperativo. Detrás de cada promesa de alivio suele esconderse una nueva forma de orden, una estructura que busca volver previsible, lo que por naturaleza es incierto.

Criar hoy es atravesar esa trama de contradicciones. Supone escuchar voces externas que pretenden orientar y, a la vez, intentar no perder la propia. Implica aceptar que la maternidad no es un territorio de certezas, sino un espacio donde el deseo, el cansancio, el amor y la frustración se entrelazan. Para mí, la maternidad es precisamente eso: habitar con comodidad el espacio incómodo de la incertidumbre.
De estas tensiones, de los discursos que nos moldean y de los modos en que podemos repensar la crianza en un mundo que cambia, hablamos junto a Julieta Schulkin en el libro Crianza en debate, publicado recientemente por Galerna. Un intento de abrir preguntas más que de cerrar respuestas, porque quizá la única forma de criar —y de vivir— sea animarse a pensar y a transformar el mundo que habitamos.
Quién es Evangelina Cueto
Evangelina Cueto es médica pediatra especializada en adolescencia (UBA). Co-directora de la Maestría en Atención Integral de las Adolescencias y coordinadora de la Diplomatura en Adolescencias de la Facultad de Medicina (UBA).

Presidenta de Fundación Comunica. Combina su práctica clínica y académica con la divulgación sobre salud, derechos y crianza en medios nacionales.