Memorias de un inglés en la Patagonia

Guillermo Hudson pasó una hermosa infancia en el campo, mirando el cielo junto a sus perros y caballos amigos.

Cristina Bajo (123RF)
Cristina Bajo (123RF)

Guillermo H. Hudson nació en Quilmes en 1841; su padre, Daniel Hudson, era un inglés que había emigrado a los Estados Unidos y allí se había casado con una joven cuáquera llamada Catherine Kemble. No se sabe por qué el matrimonio, que ya tenía tres hijos, decidió mudarse a otro país, donde se hablaba un idioma distinto, había otra religión y no se estaba pasando –a causa de la Guerra Civil– el mejor momento.

Por vaya a saber qué consejos, pusieron todo su capital en una estancia –cuya tierra hoy forma parte de Florencio Varela, en el extremo sur del Gran Buenos Aires– donde permanecieron unos años hasta que, por problemas económicos, se mudaron a Chascomús. Allí su padre dirigió una pulpería, donde los lugareños llevaban cueros, lana, sebo, crin de caballo y quesos para intercambiarlos por cuchillos, espuelas, aperos, ropa, yerba, azúcar, tabaco, sal, aceite y muchas otras cosas, entre ellas, ataúdes.

Tampoco en esto le fue bien a Mr. Hudson, y por suerte pudieron regresar a la estancia, donde Guillermo era realmente feliz. En "Los 25 Ombúes" tuvo una hermosa infancia, diferente a la de otros chicos de origen británico, pues no se vio entregado a tutores y profesores, sino que se lo dejó libre y suelto, haciendo amistad con los hijos de peones y otros chicos criollos no precisamente de prosapia, y teniendo como amigos varios perros, un cordero y dos caballos a los que les confiaba su vida.

Esta infancia libre lo hizo esa persona excepcional que fue al crecer. Le dio empatía para relacionarse con gentes de todo tipo, seguridad para deambular por territorios desconocidos, gran poder de observación, capacidad para pronosticar el clima para sus andanzas y sabiduría para afrontar peligros y estudiar a los animales, entre ellos, los que lo hicieron famoso: los pájaros.

Tuvo que estar muy enfermo para comenzar a leer, y lo hizo con un libro que le cambió la vida: El Origen de las Especies, de Darwin, que encauzó su vocación.

La muerte de su madre marcó el fin de su adolescencia y se enroló en el ejército por un tiempo –aquello le permitió conocer Uruguay, Brasil y la Guyana Inglesa– y luego trabajó como peón rural, disfrutando de andar al aire libre y estudiar la naturaleza. Pronto comenzó a tomar notas y a enviarlas a Sociedades Geográficas y Museos de Ciencias Naturales. Por entonces, llevó a cabo el deseado viaje por la Patagonia.

Las notas que tomó y los estudios que hizo, le valieron la amistad y el respeto del director del Museo de Ciencias Naturales de Buenos Aires, y nada menos que del Perito Moreno, quienes lo relacionaron con Inglaterra, adonde finalmente se decidió a viajar. Para 1874, con 33 años, se embarcó hacia el país de su padre.

En Londres, se estableció en una casa de huéspedes situada en el vecindario de Kensington, donde vivían unos cuantos escritores no especialmente adinerados, igual que él, y allí trabó amistad con Cunnighame Graham –reconocido autor de libros de viajes–, Robert Louis Stevenson, Joseph Conrad, Wells, Henry James, Kipling y otros grandes literatos británicos.

Un año después se casó con Emily Wingrave, la dueña de casa, que era quince años mayor que él. Fue un matrimonio de amistad y conveniencia, no de enamorados, pero fueron muy unidos durante toda su vida.

Sugerencias
  1. Acerquemos a los niños libros de Ciencias Naturales, con dibujos en color, para despertarles interés en botánica y zoología.
  2. Si tenemos algo de tierra –y si no, en macetas– les enseñemos a cultivar: despertaremos su curiosidad y se maravillarán viendo crecer frutillas o zarzamoras. ¡Y después, a comérselas!