Un mar de almas, por Cristina Bajo

Los sueños tienen tal fuerza psíquica, que es imposible ignorarlos. Son mensajes de nuestro inconsciente.

Cristina Bajo
Cristina Bajo

Desde la oscuridad de los tiempos, los sueños han inquietado al ser humano, y desde que existe la escritura, se ha dejado constancia de ello en los libros que sobrevivieron al hombre y el tiempo.

Uno de los problemas que se presentan cuando intentamos entender un sueño, está en que nuestro inconsciente se traduce en un orden que no es el del estado consciente. Ahora que carecemos de fe, creamos fobias o miedos incontrolables: a envejecer, a perder posiciones sociales, a la pobreza; adquirimos alergias o fobias a animales que tienen un significado oculto para nosotros.

Carl Jung, uno de los mayores estudiosos del tema en el S.XX, dice en El hombre y sus símbolos que la emoción y el miedo no han cambiado en milenios, pero que su objeto cambió para empeorar: hasta no hace mucho, un rito podía ahuyentarlos; hoy, no hay píldora a corto plazo que ahuyente esos temores.

Las imágenes oníricas y sus significados tienen tal fuerza psíquica que es imposible ignorarlas: son mensajes del inconsciente que afloran cuando dormimos para aliviarnos de los conflictos diarios.

Desde los antiguos textos orientales hasta las investigaciones de los actuales estudiosos de nuestra psique, los sueños siguen gravitando en nosotros. Graham Greene lo dice en una de sus novelas: un sueño tiene el poder de teñir nuestro día de gozo o de zozobra.

Antes de que los griegos interpretaran los sueños para predecir lo que estaba por venir, los chamanes de todas las razas ya los usaban para encontrar respuestas.

Los druidas, durante el solsticio, ponían muérdago bajo la almohada donde dormían para predecir bonanzas o desastres, y las pitonisas provocaban el sueño con hierbas, y al regresar de aquel viaje, relataban lo que habían vislumbrado en las nieblas del futuro.

Jung reconoce que los sueños pueden anunciar sucesos mucho antes de que ocurran, pero hace la salvedad de que esto no es un misterio: las crisis que vivimos provienen de una larga historia inconsciente y caminamos "hacia ellas sin darnos cuenta de los peligros que se van acumulando. Pero lo que no conseguimos ver conscientemente, lo ve nuestro inconsciente, que nos transmite la información por medio de los sueños." Shakespeare y Calderón de la Barca ya lo sabían.

Los sueños no sólo me han traído inquietud, también me han traído paz ante una pérdida. Recuerdo que por años estuve entristecida por la muerte de mi abuela Fidela, siendo yo muy joven. Entrando a la vejez, soñé con ella en un paisaje que parecía sacado de la historia de la Grecia Antigua, con árboles mediterráneos, un cielo muy azul y un templete arcaico.

Varias personas paseaban por un valle sereno y yo oía los pájaros y sentía la brisa en la cara. A lo lejos vi venir a una mujer vestida de blanco: traía la falda recogida a la cintura y me sonreía. Era mi abuela, con el pelo totalmente canoso, anciana y al mismo tiempo joven. Se acercó con las manos tendidas y noté que de sus dedos brotaban flores. Me desperté llorando pero en paz: a partir de aquel día, mi recuerdo fue aquella sonrisa y las manos florecidas.

Desde entonces, al acostarme pienso en ese mar de alma en que andará mi mente cuando duerma; y cuando despierto, intento dar significado a lo que soñé. No siempre lo consigo, pero el ejercicio me alivia la presión de las cosas que tengo que afrontar durante el día.

Sugerencias:

1) A quienes aman escribir: tengan un cuaderno a mano y, al despertar, anoten lo que recuerdan haber soñado.

2) Si tenemos un problema, pensemos en él al apagar la luz; al despertar, quizás hayamos dado con la respuesta adecuada.