Memorias de los años del fuego

Uno piensa que la vida se cuenta en años o en cronologías. Pero el tiempo suele dejar otras marcas. El bosque rojo no es una historia de guerra, esta historia es de José Szrajber y de José Szrajber es el bosque rojo.

José Szrajber, quien fuera vecino de Paraná y dueño de un reconocido local comercial. Fue sobreviviente del Holocausto
José Szrajber, quien fuera vecino de Paraná y dueño de un reconocido local comercial. Fue sobreviviente del Holocausto

Dicen que, en Polonia, el color blanco del invierno se salpica de un rojo atenuado, que vive en los bosques y circunda los poblados. Alguien me contó que esos lugares tienen un encanto muy diferente a las mitologías escandinavas, pues parecen más bien una especie de cobijo natural y ancestral antes que una residencia de seres mitológicos.

Es posible que así sea, y no dudo que eso era Ciechanów, un pequeño pueblo lindante con las fronteras alemanas. Cierto es que resulta algo cálido pensar en los inviernos polacos, sus aldeas y los fuegos…los fuegos.

Y un esfuerzo de la imaginación quizás permite aproximarse al ruido de los copos, al sublime paso de los vientos entre las ramas de rojas frondas y de hierbas ocultas. Un grado de complejidad resulta imaginar a ese pueblo, en el año 1939. Y mucho más pensarlo un 1º de Septiembre en el preludio de la invasión de los nazis. Pero antes de eso, las vísperas suelen ser indispensables.

Entender el protagonismo de esta historia bien vale cada sustantivo. Porque no es una historia de la guerra, tampoco de Ciechanów. Por cierto es la historia de un hombre, en toda su dimensión de edades. Desde la cálida niñez después robada por la realidad implacable hasta los años postreros, cuando la serenidad busca su lugar entre las intemperancias del alma; esta historia es de José Szrajber y de José Szrajber es el bosque rojo.

Escritos de la Shoá
Escritos de la Shoá

Cuentan que desde 1938 la intimidación de la invasión y la guerra incitaba a los polacos. La aviación militar (que daba sus primeros grandes pasos) había sido advertida por el gobierno como una amenaza posible y por eso es que permanentemente se hacían ejercicios de ocultamiento y evasión de la población civil ante la posibilidad de ataque aéreo. De la misma forma y a pesar de que ya había caído Checoslovaquia, para el espíritu polaco el aura invencible de sus lanceros a caballo casi que evocaba un algo glorioso.

¿Qué más puede caber en la mente ilusionada de un niño como José? Por aquellos años apenas tenía 12, quizás muy poco para entender los conflictos, insuficientes sin dudas para enfrentarse a la sinrazón.

Como todos los lugares del universo, Ciechanów tenía las manifestaciones de candidez y cobijo, promisorias del trabajo y de la vida armónica en la pequeña gran célula que es la familia. La de José era más que amplia y hasta vasta. Diez hermanos, padre y madre y abuelos. Dedicados a la panificación, suena a fragancias de leña y harina, a madrugadas expectantes del amanecer y de las jornadas. Justamente, el primer día de la guerra la única panadería que trabajó fue la de los Szrajber, tal vez en un intento de mantener la normalidad que se evanescía.

José Szrajber, quien fuera vecino de Paraná y dueño de un reconocido local comercial. Fue sobreviviente del Holocausto
José Szrajber, quien fuera vecino de Paraná y dueño de un reconocido local comercial. Fue sobreviviente del Holocausto

Los días de hoy parecen diferentes a aquellos, cuando los niños disfrutaban de otra manera los colores, la naturaleza y los afectos. Lo que haría cualquier chico de esa edad era lo que vivía el, escuchando el idish de su abuelo, amasando el pan con su familia, pensando quizás en los misterios que ocultaban, inaccesibles, los bosques rojos de Polonia.

Los primeros ruidos de aviones invasores fueron anunciados por el gobierno como ejercicios de la fuerza aérea polaca, quizás en un intento de atenuar lo inevitable. Ahora ¿alguien ha dejado de seguir el trayecto de los aviones, cuando los ve pasar por el cielo? Siquiera el mismo sol puede evitar esa atracción innata del hombre, esas naves imponentes surcando el espacio demostrando la capacidad de la especie. Todos lo hacen, hipnóticos y serenos, y así debe haber sucedido en el pueblo, convencidos de las probabilidades. Pero el engaño suele hacer mella en las ilusiones, como ese día en que la aviación no era polaca sino alemana y las bombas castigaron incompasivas, indiscriminadas. Como las tropas de infantería, como los tanques y los blindados que lejos de cualquier honor, rompían a su paso las quimeras de los chicos, los sueños de los adolescentes, la estabilidad de los adultos y la serenidad de los viejos. Ninguna guerra es buena, esta tampoco.

Las imágenes de las invasiones siempre parecen épicas, llenas de glorias y reverdeceres. No es el caso de esos días de septiembre en esa aldea de polacos, cuando los tanques nazis irrumpían en las calles de tierra. Como una manifestación especialmente salvaje, empedraron las veredas y las aceras usando las lápidas de los cementerios judíos. Perversión, morbo…el sustantivo que fuera. Todo contribuyó a la deshumanización.

¿Cuánto puede demorar la contraparte en tener un gen de reacción? Algunos lo llaman respuesta, otros simplemente dignidad. Las tropas de invasión alemanas carecían de cualquier código suficiente, haciendo de su habilidad para la miseria humana un muestrario de bajezas. Sobre las calles de Ciechanów, a los judíos se los afeitaba de raíz o se les cortaban las trenzas en la calle. Eso no es la batalla, eso es la maldad.

Pienso si José habrá pensado en eso. Si esa reverberación que cada sujeto lleva ínsito, habrá emulsionado en un preciso instante, en un segundo revelador y a su vez, libertario en la desesperación. Un anciano, indefenso y en desproporción, era agredido por un soldado nazi que le cortaba la barba con un cuchillo de combate cuando José sintió el fuego.

El fuego de la decencia, de la furia, de la indignación. ¿Llevaremos en la genética el milenario código de resistencia a la persecución, la postergación y la segregación? Es posible que la antropología ensaye alguna respuesta, pero la verdad es que José, el niño polaco, alzó la piedra. Plegó su brazo, cerró sus dedos y alzó la piedra como un David contemporáneo. Flexionó sus músculos y tensó su cuerpo como un hondero entusiasmado. Y la piedra que había alzado comenzó una elipse determinada, segura y precisa hacia las sienes de aquel infame uniformado. El golpe fue inmenso, doloroso. Es quizás la potencia de la rebelión.

¿Qué otra cosa puede entenderse? José era un niño judío en la Polonia invadida por los nazis…un sendero de desventuras para quien debería haber sido uno de los únicos privilegiados, un niño. A cambio de eso, los alemanes lo habían hecho trabajar en una fábrica de azúcar, en forma forzada, redoblando cada vez el peso que aquel joven cuerpo podía sobrellevar. Fuerza con las bolsas, esfuerzo con descomunales troncos, desesperación e impotencia. Quizás sea apropiado preguntarse si es mayúsculo el dolor del cuerpo o la sensación de la humillación.

La vida de José había cambiado, no digo a partir de esa piedra sino de ese mortífero 1º de septiembre de 1939. Pero después de aquel impacto en la cabeza del nazi, de esa pedrada embebida de bronca y pavor, la vida y la muerte serían para el literalmente el anverso y reverso de su existencia. Si acaso lo vieran encontraran, seria fusilado de inmediato. Si no huía, hablar de días era una supervivencia exagerada.

Consciente del mal y de la urgencia, fue su padre quien planteara el camino a tomar. En las bifurcaciones de la vida, es decidir y afrontar las consecuencias. Fue decidir la rebelión y la piedra, fue su padre quien le dijo sin tapujos que la opción era escaparse o la muerte de toda su familia, si lo encontraban encubierto. Plantearlo en una historia parece un desenlace, pero vivenciarlo allí, es de una crueldad impredecible. Tan solo releer lo escrito, para evitar naturalizar el horror y la muerte.

Ciechanów era una aldea. Pacífica entre los pinos y los arboles de los bosques y el albo conjunto de la nieve en el inverno, con el humo de los hornos de pan. Así era la aldea, que aquel niño apesadumbrado dejaría atrás con la única intención de mantenerse vivo. Lo dicho…. de José es esta historia, de José sería el bosque rojo.

Hechos del bosque rojo, de una historia cuyos relatos exceden las frondas de los árboles, los copos de nieve y este capítulo, que a fuerza de decir verdad, es el primero de esta historia de José Szrajber, sobreviviente.

Por Carlos Saboldelli.