Dolly, la oveja que desafió a la Humanidad

Nació en 1996, convirtiéndose así en el primer mamífero clonado. Su aparición produjo el estallido de una revolución científica y moral que se sigue discutiendo hoy en día.  

Nota Dolly via documentos \nclonacion
Nota Dolly via documentos \nclonacion

Para el común de los mortales el 14 de febrero se asocia con el Día de los Enamorados: regalos, cartas de amor, cenas románticas. Pero más de un científico fanático seguro recordará que fue ese día, en 2003, cuando falleció Dolly, la oveja más famosa del mundo por ser considerada el primer mamífero clonado a partir de una célula adulta. A 15 años de su muerte, muchos medios retomaron la historia de Dolly a raíz de los recientes dichos del periodista y activista Mark Lynas, quien confesó que en 1998 él y otras tres personas intentaron (sin éxito) secuestrar a la famosa oveja como una manera de mostrar su desacuerdo con la clonación. Mirando para atrás desde el presente, ¿qué significó realmente el nacimiento de Dolly? ¿Cómo nos paramos hoy frente a la inmensa sombra de la clonación humana?

Bautizada con picardía en honor a la voluptuosa cantante Dolly Parton, la oveja Dolly estaba destinada a vivir entre flashes como la reina de la música country a la que le debía su nombre. Y al igual que ella, tuvo que esperar para dar su salto a la fama. Dolly ya había cumplido siete meses cuando los biólogos británicos Ian Wilmut y Keith Campell, del Instituto Roslin de Edimburgo, la presentaron al mundo un 22 febrero de 1997. Instantáneamente, la oveja se convirtió en una celebridad internacional. Los detalles del exitoso experimento, publicados una semana después en la revista Nature, fueron divulgados por medios de comunicación de todas las latitudes, generando un enorme revuelo. Solo durante esa primera semana, el Instituto Roslin recibió 3.000 llamadas telefónicas. Había nacido una estrella.

Todos los medios querían conocer a Dolly, el primer mamífero clonado (Getty Images)
Todos los medios querían conocer a Dolly, el primer mamífero clonado (Getty Images)

No obstante, si la historia fuera justa, la imagen que ilustra esta nota sería la de un animal bastante menos fotogénico que el lanudo ovino. En rigor, el primer vertebrado de la historia en ser clonado fue una rana, creada 35 años antes que Dolly en el laboratorio de John Gurdon. De hecho, el equipo del profesor Ian Wilmut utilizó la misma técnica implementada por Gurdon, conocida como "transferencia nuclear". En 1962, el biólogo había extraído una célula del intestino de una rana y la había inyectado en el óvulo de otra. El óvulo se desarrolló y se convirtió en un renacuajo genéticamente idéntico al renacuajo donante del ADN. Si bien ese anónimo mártir de la ciencia jamás acaparó, como la coqueta oveja, portadas de diarios y revistas, el trabajo de Gurdon no pasó desapercibido: en 2012 obtuvo el Nobel de Medicina. ¿Por qué, entonces, fue Dolly la que despertó el interés del mundo? "Se trataba de un animal de sangre caliente, un mamífero, un ser mucho más cercano a los humanos", reflexiona José Cibelli, catedrático de Biotecnología Animal en la Universidad Estatal de Michigan, en un artículo divulgado por el diario español El País, "¡Si se podía hacer con una oveja, se podía hacer con nosotros!".

El ataque de los clones

En esa época, el mundo solo había oído hablar de clones en historietas de ciencia ficción y películas futuristas. De ahí que Dolly sirviera de alimento a las más disparatadas fantasías de la sociedad. Se creyó que a partir de este hito científico se erradicarían todas las enfermedades –si éramos capaces de clonar nuestros órganos, un transplante no sería más que un contratiempo–; se pensó en aplicar la clonación a tratamientos para la infertilidad, en medicina regenerativa, para revivir especies extintas y hasta mascotas fallecidas.

Para muchos, se inauguraba una nueva era en la que se podrían clonar seres humanos a piacere; la finalidad era lo de menos. "Es increíble. Básicamente significa que no existen límites, que toda la ciencia ficción es cierta. Decían que no se podía hacer y ahora aquí está", celebró en su momento Lee Silver, doctor y profesor de biología de la universidad de Princeton, en la primera plana del New York Times. Sin duda, Dolly representaba una conquista humana similar al descubrimiento de la electricidad o de la penicilina y las posibilidades parecían infinitas. Se apoderó de la sociedad un sentimiento prometeico: los hombres, capaces de crear, creyeron que podían competir con los dioses. Pero el escepticismo de algunos sectores de la comunidad científica fue un llamado a la cordura. ¿No sería todo esto demasiado bueno para ser cierto? El propio Sir Ian Wilmut –que se quedó sin Nobel pero fue nombrado Caballero por la reina Isabel II– contribuyó a levantar suspicacias cuando trascendió que no había empleado a una oveja viva como material de partida para la clonación, sino un vil pedazo de glándula mamaria que rescató del congelador de su laboratorio. Sin embargo, pronto empezaron a clonarse más especies de animales: primero, un ratón de laboratorio y luego, vacas, cabras, cerdos, caballos, perros y hasta camellos. Poco a poco se fueron aplacando las dudas y el año 2000 llegó con una gran certeza: la clonación de mamíferos adultos era posible.

Científicos de todo el mundo trabajan para encontrar avances en la clonación (Getty Images)
Científicos de todo el mundo trabajan para encontrar avances en la clonación (Getty Images)

Jugando a ser dioses

En 2001, la cadena de televisión brasileña Rede Globo estrenó la telenovela El clon. En ella, el doctor Albieri –prototipo del científico loco y obsesionado con su trabajo– crea en secreto un clon a partir de la célula de un joven amigo. La trama avanza enmarañada hasta llegar al punto culminante en el que Lucas y su clon se encuentran frente a frente, para horror suyo y asombro del mundo. Habían pasado cuatro años desde la clonación de Dolly y la fascinación por los clones seguía muy viva: el éxito que cosechó la telenovela fue tan grande que llegó a exportarse a más de 90 países. Países en los que seguramente los televidentes creían que pronto conoceríamos, como en la ficción, al primer clon humano.

"Según mi perspectiva, es solo una cuestión de tiempo", decía por esas fechas Steen Willadsen, uno de los pioneros de la clonación. En efecto, la creencia generalizada era que tras clonar animales, el paso inmediato sería empezar a hacerlo con humanos. En medio de este furor, muchos sectores de la sociedad –para quienes la clonación representaba una ruptura ética grave– alzaron su voz en contra de la manipulación biológica, dando origen a un verdadero debate social. El doctor Wilmut dijo estar cansado de recibir quejas y mensajes de preocupación que le llegaban desde lugares como el Vaticano y hasta la Casa Blanca. Cuando nació Dolly, Clinton, que en esa época ocupaba el Despacho Oval, se comunicó de urgencia con la Comisión Nacional de Bioética para elaborar un plan de regulación de los usos de la clonación. "[La clonación de Dolly] suscita serios problemas éticos, en particular con relación al posible uso de esta tecnología para clonar embriones humanos", declaró el presidente norteamericano. En Europa, Jacques Santer, líder de la Comisión Europea, convocó también a un grupo de expertos en ciencias, leyes, filosofía y teología para discutir las consecuencias éticas de la clonación.

Mientras tanto, destacados científicos como el ruso Lev Ernst, conocido en el campo de la ingeniería molecular, se declaraban a favor del avance de la ciencia: “La prohibición de la clonación es totalmente infundamentada y sólo pueden hacerla los diletantes”, dijo en una entrevista, “miles de clonados viven entre nosotros: me refiero a los gemelos univitelinos, pero cada uno de ellos tiene su propio carácter. Es decir, que la clonación no es contra natura”, defendía el científico.

En la historia reciente de la medicina los tratamientos de fertilización in vitro, la congelación de los embriones humanos y la clonación de órganos como corazones, hígados y riñones (que todavía se encuentra en fase experimental) se enfrentaron a controversias similares.

Sin embargo, a diferencia de estos, la clonación humana sigue siendo objeto de un rechazo muy grande dos décadas después. Los mayores recelos que concita la clonación de seres humanos tienen que ver con lo imprevisible de sus consecuencias; se teme por ejemplo, que pueda llevar a mutaciones.

La evidencia de que la técnica es mucho más riesgosa de lo que se había predicho no ayuda a disipar esos miedos: la mayoría de los intentos de clonación en animales fallan, e incluso muchos de los clones que sobreviven a menudo sufren graves problemas cardíacos, pulmonares o del sistema inmune.

Hoy en día, más de un científico cree estar cerca de conseguir la clonación humana. En 2005, el surcoreano Woo-Suk Hwang anunció que lo había logrado, pero luego resultó ser un engaño. Lo que sí logró Corea del Sur ese mismo año fue clonar por primera vez a un perro. Para ello se utilizó la técnica con la que se había clonado a Dolly nueve años atrás. A partir de ese primer experimento –que dio nacimiento a un lebrel afgano llamado Snuppy– nació la compañía Sooam Biotech fundada por científicos coreanos e inversores californianos, quienes en 2008 comenzaron a clonar cachorros para clientes.

La discusión sobre si la clonación es posible o no se reavivó en febrero de este año cuando la cantante newyorkina Bárbara Streisand confesó haber hecho dos clones de su perra Samantha, que por más de ser idénticas tienen “personalidades diferentes”.

En febrero de 2018 trascendió la noticia de que un grupo de investigadores de la Universidad de Stanford crearon el primer embrión híbrido oveja-humano. Para lograrlo, introdujeron células madre de un humano en embriones de ovejas, obteniendo así una criatura 99% oveja pero con una parte humana. Frente a la gran controversia que produjo el experimento, los investigadores explicaron que estos experimentos podrían representar en un futuro una verdadera solución para miles de personas que esperan recibir una donación de órganos, donde la mayoría están a la espera de que una persona fallezca, sin dejar de lado que puedan ser compatibles.

La Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea impide la clonación humana, al considerar que todo el mundo tiene derecho a que se respete su integridad física y mental. Sin embargo, con el motivo del decimoquinto aniversario de la muerte de la oveja Dolly y a poco tiempo de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, el profesor de la Universidad Caledonian de Glasgow (Escocia) Hugh McLachlan dijo que “las leyes del Reino Unido tienen que estar de acuerdo con esto, pero solo hasta el 'brexit’”, avivando así la discusión sobre lo ético de la clonación humana.

Científicos de todo el mundo trabajan para encontrar avances en la clonación (Getty Images)
Científicos de todo el mundo trabajan para encontrar avances en la clonación (Getty Images)

Cansados de contar ovejas

Un detalle que suele dejarse afuera en los relatos sobre Dolly es que el objetivo inicial del grupo de científicos que la trajo a la vida, en realidad no era la clonación. Unos años antes de que naciera la oveja, el gobierno de Margaret Thatcher había hecho recortes importantes en el presupuesto que el Reino Unido destinaba a la investigación científica. Por eso, el Instituto Roslin decidió concentrarse en el siempre redituable sector agroalimentario.

Lo que buscaban era manipular los genes de los animales de granja para que se hicieran más resistentes a las enfermedades y así hacerlos producir mejor carne, lana o leche. “Me quedaría muy sorprendido si funcionase, pero PPL [una compañía biotecnológica británica] está pagando por los experimentos, así que nosotros los hacemos”, comentó Wilmut a sus colaboradores, según el artículo de la revista Nature. Así, el proyecto que culminó en Dolly comenzó como un intento por crear ovejas genéticamente modificadas. “Dolly demostró que podíamos clonar un mamífero, pero la clonación no era el punto principal. La idea no era clonar un cordero perfecto y tener un montón de copias en las colinas. Lo importante no era hacer copias de ADN sino la posibilidad de alterar ese ADN”, explicó el profesor Wilmut. Pero incluso con el objetivo de mejorar la reproducción de animales, la clonación todavía se enfrentaba a muchos impedimentos: el procedimiento es costoso –supera los 11.000 dólares por animal– y las probabilidades de éxito son bajas. Para lograr clonar a Dolly, por ejemplo, se hicieron 277 intentos.

Ante estas dificultades, el interés de los científicos por la clonación fue mermando y, lo que es más grave, también el de los inversionistas que los financiaban. La efervescencia inicial que provocó el fenómeno Dolly fue agotándose con el tiempo. Veinte años después de su nacimiento, el impacto que se creía que la clonación iba a tener en la medicina sigue haciéndose esperar.

Un mensaje en la página web del Instituto Roslin advierte que “ya no llevan a cabo investigaciones relacionadas con la clonación de animales”. Por su parte, el propio Wilmut dejó de contar ovejas: ahora investiga la generación de células embrionarias humanas a partir de tejidos del propio paciente.

Cuando el 14 de febrero de 2003 Dolly tuvo que ser sacrificada, había vivido seis años y medio –cuando la esperanza de vida de las ovejas es de 10 a 12– y tenido seis crías. Como síntomas de su envejecimiento prematuro, la oveja sufrió artritis y desarrolló una enfermedad pulmonar. ¿La ciencia se olvidó de ella? El Instituto Roslin comentó que “por el momento es difícil articular” cuál es el verdadero legado de Dolly. Sin embargo, no hay duda de que dejó su marca en la historia.