Homilía de Monseñor Carlos Sánchez: luchar contra la pobreza y la exclusión

El arzobispo recordó los 10 puntos que firmaron los candidatos para las últimas elecciones.

La homilía en el 25 de Mayo.
La homilía en el 25 de Mayo. Foto: Comunicación Tucumán

“Muchas veces me sorprendo en algún semáforo, con los changos que te limpian el vidrio, aunque a veces detengan el paso apresurado de los coches… Hay ocasiones en que ya buscamos un billete para darles cuando ya se van acercando o mientras limpian el vidrio, pero me ha sucedido, que al ver que soy sacerdote, te piden otra cosa, la bendición, “bendígame, padre”, “deme una estampita”, o un rosario… Para alguien que está pidiendo o haciendo algo para “la diaria”, para comer la “mila” de hoy, ¿hay algo más importante?: Sí… ¡Su “Dignidad Humana”! Es parte de la homilía del arzobispo de Tucumán, monseñor Juan Carlos Sánchez, en el Solemne Tedeum, por la celebración del 25 de Mayo, ante la presencia del gobernador de la provincia, Osvaldo Jaldo, el vicegobernador, Miguel Acevedo, la intendenta de la Capital, doctora Rossana Chahla y otras autoridades. La lectura del documento estuvo a cargo del obispo auxiliar Roberto Ferrari. Este es el texto de la homilía hoy en la Iglesia Catedral.

El Tedeum en la Catedral.
El Tedeum en la Catedral. Foto: Comunicación Tucumán

Queridos hermanos y hermanas:

¡Feliz día de la Patria!

Ayer ha sido hermoso ver los niños yendo a sus actos escolares, con los trajes de época, la vendedora de empanadas, el aguatero, el sereno, las señoras, los cabildantes, alguno vestido de miliciano, otro de cura, el mulato y el negro, el español, los criollos, y los demás, nosotros, vestidos de “ahora”, pero en la solapa, el color argentino, el de la escarapela, el de nuestra querida bandera patria. Las maestras, los relatos y las historias, los programas de televisión, de radio o las redes, todo ha ido predisponiendo el corazón, motivando la fiesta, el recuerdo y el hoy de nuestra Patria Argentina.

En aquel 25 de mayo de 1810 todavía resuenan en las calles de Buenos Aires, en las casas y seguro en el “viejo mundo”, la gesta de un pueblo que se defiende de las invasiones inglesas. Ahí ya empieza a haber un sentimiento nuestro, común, de tierra propia, de cultura nueva, de sangre nueva. Allí, dicen, se comienzan a armar las incipientes milicias que tendrán que cuidar el primer gobierno Patrio y las guerras de la independencia. Pero también, comienzan a surgir ideas propias, que motivadas por la cercana revolución francesa o, un poco más allá, la independencia de los Estados Unidos, y el contexto político del momento, las fuerzas de Napoleón invadiendo España y aniquilando poco a poco los bastiones de gobernabilidad española, van calando hondo en el corazón de las mujeres y los hombres de 1810, los van haciendo tomar conciencia de que es el momento de decidir los destinos de este pueblo y de esta tierra, los destinos del Virreinato del Río de la Plata, comenzando un proceso independentista que culminará, como sabemos, aquí en nuestra tierra tucumana.

Este Tedeum conmemora este acontecimiento único de nuestra historia patria. La acción de gracias a Dios por un primer grito de un pueblo que reclama para sí, sus derechos y su dignidad.

La semana de mayo finaliza un día como hoy, conformando el primer gobierno patrio: Cornelio Saavedra (presidente), Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga, Domingo Matheu, Manuel Alberti, Juan Larrea (vocales), Paso y Moreno (secretarios). Y sabemos de la importancia que tendrán muchos de ellos en el camino hacia la independencia.

Volviendo a 1810, hay un contexto histórico que favorece convocar un cabildo abierto. Los hombres de mayo lo supieron ver y pensaron en grande, no mezquinamente. Como solemos decir: “aprovecharon el viento de cola” o “la corriente a favor” para salir impulsados a caminar “decididamente”, a frenar a los realistas en 1812 y a declarar la independencia en nuestra ciudad, aquel 9 de julio de 1816.

Vivimos también en un contexto difícil de la historia, con realidades diversas, este tiempo de guerra mundial y conflictos económicos que influyen sobre nosotros, pero de nuevo podemos sacar fuerzas desde nosotros mismos, como Nación, como pueblo que se une y saca lo mejor de sí, para salir adelante corresponsablemente.

El Evangelio de San Mateo (14, 13-21), que acabamos de escuchar, nos ilumina: Jesús invita a los apóstoles a ir a un lugar desierto para estar a solas. ¿Qué lo motiva?, ¿está cansado de la gente?, ¿está cansado de andar y predicar el reino de Dios? En el versículo anterior, que no hemos leído, está quizás, el motivo de esta invitación, alguien importante para él había muerto. Herodes había hecho ejecutar a Juan “el Bautista” y sus discípulos acaban recoger su cadáver y sepultarlo… Jesús los invita a irse solos ante el dolor de la muerte de Juan, su pariente y amigo, su precursor. Nosotros también hoy estamos aquí con el dolor cercano de muchas muertes, que todavía resuenan en el corazón, las del covid19, las del dengue, las otras que vivimos a diario, las de accidentes, y enfermedades, por la violencia sin más, o la de género, los femicidios, o por las drogas… Jesús experimenta un sentimiento muy humano, el de irse solo, quiere estar solo, o con unos pocos. También nos pasa a nosotros, pero puede convertirse en la tentación del encierro en nosotros mismos, de acurrucarnos, tal vez para no ver ni escuchar, tal vez, necesitamos eso un poco, para retomar fuerzas, para procesar el dolor, y recomenzar…

“Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre”, que lo había seguido a pie. En el libro del Éxodo, Dios se muestra como el que escucha el clamor de los pobres, ve la miseria de su pueblo, cuida de los últimos y de los oprimidos (cf. Ex. 3, 7; 22, 20-26). Así ve Jesús, mira, reconoce que hay una nueva realidad delante de él, podría haber dado vuelta atrás, pero asume lo que se le presenta.

¡Cuántas situaciones nuevas después de la pandemia!, y cuántos que siguen necesitando de nosotros, de cada uno, de los que tenemos responsabilidades frente a los ciudadanos. Y la tentación de replegarnos está, de volvernos hacia nosotros mismos y de no ver, como decíamos los obispos en abril de este año en nuestra asamblea plenaria, que “avanza la pandemia silenciosa del narcotráfico, que utiliza a los pobres como material de descarte, que promueve el sicariato, que seduce con dinero manchado de sangre a miembros del ámbito político, de la justicia y del mundo empresarial; a muchos abuelos y abuelas se les presenta el drama de elegir entre comer o comprar los medicamentos porque la jubilación no alcanza; cierran comedores comunitarios por falta de asistencia y muchos vecinos se quedan sin la posibilidad de esa comida en el día; se ataca la vida inocente que no ha nacido, y, a la vez, la igualmente sagrada vida de millones de niños y niñas ya nacidos que se debaten entre la miseria y la marginación…, hermanos que pierden su trabajo, que sienten que su vida está de sobra, y que no pueden poner el hombro en la construcción de la Patria. Son tiempos complejos, por momentos contradictorios, en los que conviven una esperanza y paciencia honda de nuestro pueblo, que habla de su grandeza de corazón, con una incertidumbre y una creciente vulnerabilidad de las personas” (124° AP CEA).

En el relato del Evangelio, ¿Qué actitud toma Jesús? No se repliega, sino que se compadece de esa muchedumbre curando a los enfermos. La muchedumbre deja de ser sólo una multitud y empiezan a aparecer rostros y vidas concretas.

Jesús sintió “compasión”, no lástima, que es una actitud más pasiva, que mira desde lejos, desde afuera, aunque tenga algún gesto; al contrario, la compasión nos lleva a sufrir juntos, junto con otro, es un sentimiento activo, que pone en movimiento el corazón, que lo involucra para hacer lo posible por mitigar el sufrimiento de otro.

El año pasado, mirando la realidad y las situaciones difíciles que vivimos, y buscando lo mejor para los tucumanos, dimos un paso importante de consenso, acuerdo y búsqueda del bien común para los tucumanos y tucumanas. Los candidatos a gobernador y vicegobernador junto a otras fuerzas vivas de la sociedad, entre ellas, la mesa de diálogo, firmábamos un acta compromiso inédito en nuestra provincia, con este título: «Una provincia comprometida con un Bien Común sólido para todos». Allí acordamos 10 puntos en común que quiero recordar:

1. Lucha contra la pobreza y la exclusión.

2. Generación de trabajo digno para todos.

3. Ética y Transparencia en la cosa pública.

4. Lucha contra la corrupción y la impunidad.

5. Fortalecer una educación inclusiva e integral.

6. Prevención de las adicciones y lucha contra el narcotráfico y la inseguridad.

7. Acceso de todos a la salud y al agua potable.

8. Promover y trabajar por el cuidado del medio ambiente, como un patrimonio de todos a resguardar y proteger.

9. Cambio del Sistema Electoral.

10- Austeridad en la Gestión del Estado.

Abogamos por los esfuerzos de todos los actores de la sociedad, para que podamos llevar a cabo estos puntos de consenso que tienen como sustento la dignidad humana de cada persona. El compromiso de un bien común sólido para todos, implica corresponsabilidades, cada uno en su rol y competencia. Bien común que junto a los otros principios fundamentales de la doctrina social de la Iglesia: el de subsidiariedad, el de solidaridad, el de la dignidad de la persona humana, son el fundamento de una convivencia fraterna y justa.

Muchas veces me sorprendo en algún semáforo, con los changos que te limpian el vidrio, aunque a veces detengan el paso apresurado de los coches… Hay ocasiones en que ya buscamos un billete para darles cuando ya se van acercando o mientras limpian el vidrio, pero me ha sucedido, que al ver que soy sacerdote, te piden otra cosa, la bendición, “bendígame, padre”, “deme una estampita”, o un rosario… Para alguien que está pidiendo o haciendo algo para “la diaria”, para comer la “mila” de hoy, ¿hay algo más importante?: Sí… ¡Su “Dignidad Humana”!

Para un creyente, no hay mayor dignidad que la de reconocer la imagen de Dios en otro, alguien amado por Dios y al punto de que el Hijo de Dios murió y resucitó por él. No le doy algo a otro solamente por amor a Dios, le doy porque reconozco, y aunque no sea creyente, esa dignidad que cada persona tiene por el solo hecho de existir y estar en este mundo. Hay una necesidad de algo más que el pan y que fundamenta que hagamos todo lo posible por brindar un techo, un trabajo, un remedio y un plato de comida; y es la de reconocer el valor infinito de la dignidad humana de cada persona y la capacidad maravillosa de compadecernos.

Nos dice el reciente documento de la congregación para la doctrina de la fe, “Dignitas Infinita”: “La dignidad del ser humano se fundamenta en las exigencias constitutivas de la naturaleza humana, que no dependen ni de la arbitrariedad individual, ni del reconocimiento social. Los deberes que se derivan del reconocimiento de la dignidad del otro y los correspondientes derechos que de ello se derivan tienen, por tanto, un contenido concreto y objetivo, basado en la naturaleza humana común. Sin esa referencia objetiva, el concepto de dignidad queda sometido de hecho a las más diversas arbitrariedades, así como a los intereses de poder” (DI 25). De aquí, además, el respeto y cuidado de la vida desde su concepción hasta su muerte natural. Si se descuida el bien más frágil, ¿qué será de los demás?...

Por otro lado “la libertad es un don maravilloso de Dios…, pero desvinculada de su Creador, nuestra libertad sólo puede debilitarse y oscurecerse. Lo mismo ocurre si la libertad se imagina como independiente de cualquier referencia que no sea ella misma y se percibe como una amenaza cualquier relación con una verdad precedente. Como consecuencia, también fracasará el respeto por la libertad y la dignidad de los demás” (DI 30).

Y más adelante afirma que «todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente, y ese derecho básico no puede ser negado por ningún país. Cuando este principio elemental no queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni para la sobrevivencia de la humanidad» (DI 33).

Pero en el Evangelio Jesús, da un paso más, les pide a los apóstoles que les den comer ellos mismos, eso los sorprende, porque es mucha gente y no tienen lo suficiente. Jesús sabe cuál es la solución y espera…

Aparece un “chango” con algo para comer y lo ofrece, pensando quizás solamente en Jesús y los apóstoles, pero para Jesús ese compartir y esa actitud generosa bastan… Lo poco se distribuye entre todos, “los cinco panes y los dos pescados”, se distribuye con equidad, según la necesidad. Se distribuye con justicia y por necesidad, no por méritos u otros intereses. Se mira a todos, pero con el compartir de uno, o de muchos, porque quizás el ejemplo de este chango motivó el compartir, comieron más de cinco mil, y sobró… Doce canastas.

Quizás nuestros gestos solidarios, de generosidad, a veces ocultos, sin tanta prensa, como éste, bastarían para ir contagiando esperanza en medio de tantas desesperanzas.

“En tiempos difíciles, amar a los demás y alegrar sus vidas”.

Amar a los demás…un amor con gestos, porque nuestros gestos son el modo de demostrarle a nuestro pueblo que entendemos su dolor. Advertir sus heridas y vivirlas en proximidad y cercanía. Tomar partido por los más frágiles, defender su dignidad, implicarnos personalmente en sus gozos y esperanzas, en sus sufrimientos y problemas.

En el actual contexto económico y social argentino es fundamental sostenernos en esa alegría, una alegría profunda y duradera, la que nace del encuentro con el Señor. Es una alegría que nos libera de la desesperanza y del desaliento, evitando transformarnos en profetas de calamidades que sólo desparraman pánico y angustia (124° AP CEA).

Por eso, agradeciendo profundamente vivir en este suelo argentino, con su crisol de razas y su cultura, capaz de conjugar aportes y sacar un fruto común, propio y lleno de sentido. Con su religiosidad profunda y los valores que nos gestaron como pueblo libre, pedimos a Dios, fuente de toda razón y justicia, y a nuestra Madre de la Merced, patrona de los tucumanos, que nos mantenga unidos, comprometidos con nuestro destino como Nación y en la defensa constante de la dignidad humana de cada habitante de esta “patria bendita del pan”.

¡Viva la Patria!