Clarice Lispector, la enigmática escritora que creía en el poder del número 13 y se volvió un mito brasileño

Supersticiosa e inquieta, asistía a congresos de brujería y fue enfermera en la Segunda Guerra Mundial

Su belleza también era antológica. Siempre seria y misteriosa, Clarice era la figurita difícil de fotógrafos y pintoras, que anhelaban que posara para ellos.
Su belleza también era antológica. Siempre seria y misteriosa, Clarice era la figurita difícil de fotógrafos y pintoras, que anhelaban que posara para ellos.

Por esas vueltas de la vida, Clarice Lispector nació en Ucrania bajo el nombre de Chaya Pinjasovna el 10 de diciembre de 1920. Pero cuando era todavía una criatura de brazos, su familia se mudó a Recife, Brasil, y desde entonces fue, para todos, la misteriosa Clarice.

Antológica por su manera de narrar, los ojos felinos ante las cámaras y sus supersticiones (mecanografiaba sus textos dejando siete espacios entre párrafos y creía en el poder de los números 5, 7y 13), Lispector fluyó por este mundo escribiendo novelas, crónicas y cuentos infantiles que tocaban fibras internas, sutilezas emocionales que la gente no acostumbraba a toparse en los libros. Por estos días, en Brasil, la Argentina y otros países se celebra, con charlas y publicaciones, el centenario de su nacimiento.

En 1937 se mudó a Río, donde estudió abogacía y ejerció como periodista. Dominaba cuatro idiomas: portugués e yiddish (lo que se hablaba en su casa), inglés y francés. En 1943 -a sus 22 años- Clarice publica en Brasil su novela iniciática, Cerca del corazón salvaje, obra por la que recibió el premio “Graça Aranha”. La primera versión de este libro en francés, diez años más tarde, fue ilustrada nada menos que por Henri Matisse.

Se casó con un diplomático y vivió en los Estados Unidos, Suiza, Italia e Inglaterra. En la Segunda Guerra se alistó como voluntaria de enfermería en la Fuerza Expedicionaria Brasileña, que apoyó a las fuerzas aliadas. Cuando regresó a Brasil, en 1949, retomó su labor periodística con el seudónimo de Tereza Quadros. Tuvo dos hijos y en 1959 se divorció. Vivió con la mayor libertad que pudo, y sus escritos exploraron, más que tramas, la existencia en estado puro.

Pese a ser dueña de una escritura indescifrable –ella misma decía que el suyo era un “no estilo”–, su obra se volvió un fenómeno mundial de ventas, y su figura uno de los mayores mitos populares del Brasil: hoy su rostro ilustra los souvenirs de Río y sus novelas se venden en las máquinas expendedoras del subte.

“Si vuelve la Edad Media, yo estoy del lado de las brujas”, declaró Lispector en 1974, durante unas jornadas literarias en Cali. Un año después participó del Congreso Mundial de Brujería en Bogotá.

En nuestro país también se la venera desde hace añares. Ella misma lo descubrió durante un viaje raudo, poco antes de morir: “Se han publicado muchas cosas mías en la Argentina, y yo me quedé pasmada cuando llegué, no sabía que me conocían. Dieron un cóctel, treinta periodistas, hablé por la radio, medio teledirigida, porque era todo tan extraño, tan inesperado, que actuaba casi sin saber. ¡Una mujer me besó la mano!”

La emblemática editorial argentina Corregidor, fundada hace cincuenta años por Manuel Pampín, es la que publica en el país la obra de Clarice desde 1973; ese año lanzaron La araña, su segunda novela, y desde entonces han sostenido su obra en el tiempo. La reeditaron en 1999 a través de la colección “Vereda Brasil” y después inauguraron la subcolección “Biblioteca Lispector”, que este 2020 llega a los trece volúmenes, con cinco traducciones nuevas que celebran su centenario: Cerca del corazón salvaje, Felicidad clandestina, La pasión según G. H., Agua viva y Lazos de familia.

Cuenta a Rumbos María Fernanda Pampín, una de las editoras de Corregidor: “Clarice renovó la literatura brasileña renunciando a las ataduras genéricas, desacomodó a los lectores, inventó un lenguaje propio, transformó el sentido de las palabras y nos mostró el artificio de la escritura”.

Poco antes de morir, en diciembre de 1977, viajó a la Argentina y quedó pasmada ante la cantidad de público que aquí conocía su figura y sus libros.
Poco antes de morir, en diciembre de 1977, viajó a la Argentina y quedó pasmada ante la cantidad de público que aquí conocía su figura y sus libros.

“Ella construyó una narrativa intensa basada en historias mínimas, donde las sensaciones y los afectos son protagonistas. Expresó y mantuvo a lo largo de su obra preocupaciones universales: su pasión por la vida y, al mismo tiempo, por la inminencia de la muerte, por la soledad, la angustia, la maternidad, la infancia, el amor o lo femenino –describe María Fernanda–. Se la recupera, además, desde los movimientos feministas porque cuestiona el rol de la mujer, y no solo en el mundo literario, sino en la vida social, aunque ella rechazara cualquier etiqueta”.

Poco después de publicar su última novela, La hora de la estrella, y abatida por un cáncer, Clarice murió en Río el 9 de diciembre de 1977. Tenía 56 años. El título de su obra remite a la epifanía de la muerte. “En la hora de la muerte las personas se vuelven brillantes estrellas de cine, es el instante de gloria de cada uno y es como cuando en el canto coral se oyen agudos sibilantes”.

*Editora de revista Rumbos. Contenido exclusivo de Rumbos.