La columna literaria de Magdalena Giorgio

El recuerdo de la ciudad, los parques de diversiones y los momentos compartidos con mamá; la propuesta de la escritora concordiense para esta semana.

Magdalena Giorgio
Magdalena Giorgio

DÍA 9

Ayer pasamos con mamá por la Estación Norte. Es un lugar grande que está por la Avenida San Lorenzo, casi en el centro de la ciudad. En una época ahí se hacían los exámenes prácticos del carnet de conducir, pero ahora se mudaron a lo que era la estación de trenes. En un sector especial, me dijo mamá. La última vez que rendí para el carnet fue en la Estación Norte, me siento vieja en mi ciudad.

Estuve con los trámites para la renovación del carnet, como cambié de dirección me hicieron rendir el teórico de nuevo. A las clases las hice online. Terminé el curso y me dieron un certificado. Saqué el turno más próximo que aparecía en la página, aunque mamá me haya dicho que al menos espere una semana porque algo tenía que estudiar. A los dos días fui y rendí el examen. En la mesa antes de entrar la secretaria de transito me preguntó de dónde había estudiado y cuánto tiempo le había dedicado al examen. Le contesté que de internet y me respondió media enojada que este examen no estaba en internet pero que había un material de estudio que podía comprar y que si había traído birome. Le contesté que no y entonces me hizo bajar de nuevo todas las escaleras, salir de Transito y comprar en el kiosco del frente una birome para poder rendir. El señor del kiosco cuando me fui dijo, suerte en el examen.

Mamá era la que me acompañaba al circo, y se reía con fuerza cuando aparecían los payasos.
Mamá era la que me acompañaba al circo, y se reía con fuerza cuando aparecían los payasos.

Pero lo que más me acuerdo de la estación Norte no es el curso de manejo, si no las tardes que perdíamos ahí adentro cuando llegaban los circos o parques de diversiones. Mientras estaban en la ciudad iba todos los fines de semana que podía y si tenía suerte también me llevaban algún día de la semana. Todo era precario, pero tenía la magia de lo nuevo, el estar de paso. Las montañas rusas no llegaban ni la altura de una casa, y como único requisito debían subirse más de cinco chicos a la vez porque si no a la maquina no le daba la fuerza para subir la única altura que tenía en una de sus puntas. Yo esperaba entusiasmada a que llegaran compañeros y gritábamos como si en eso se nos fuese la vida.

Los carritos del tren fantasma estaban hechos con bolsas negras como las que se usan en las casas para sacar basura, algo te corría y te tocaba los pies, pero de tan oscuro no se veía quién o qué. Lo que más me divertía era el Samba, iba hasta el centro de la pista y me creía una estrella de surf. A veces los pies me temblaban tanto que podía sentir lo que era el miedo de verdad, pero después alguien se sumaba a la aventura y las olas nos pasaban como si fuesen mojarritas sobre el río. Cuando iba con papá todo era una fiesta, me compraba el pase del día y me dejaba subir a todos los juegos, repetirlos. Lastimarme las rodillas, volver a subir. Se fumaba un pucho y caminaba, de un lado a otro del parque acompañándome de la mano. Yo le pedía que suba, que se suba, pero él decía que no. Que solo eran juegos para nenes y me compraba uno de esos algodones de azúcar, rosados y gigantes que nunca terminaba. No me gustaba el sabor, ni siquiera sentir como se disolvía en la boca pero era hermoso verlo en las manos de otros nenes. Y yo quería verme hermosa.

Mamá nunca me llevó a esas cosas porque a ella le daba miedo, el parque de diversiones la angustiaba. Solo le divertía que le cuente la parte de los autitos chocadores, y de que gané un osito tirando dardos de goma en el tiro al blanco. Mamá era la que me acompañaba al circo, y se reía con fuerza cuando aparecían los payasos. Aunque también, le daban pena y cuando salíamos me hablaba de lo difícil que era para algunos ganarse la vida. Nos sacábamos fotos y nos llevábamos a casa los visorios que eran como triangulitos de colores en donde solo cabía a un ojo y aparecían fotos mezcladas tuyas y de gente desconocida. Hace unos días encontré una mía con una botellita de vidrio de Coca en la mano, eran los primeros días con mi cicatriz y en la butaca de al lado estaban mis amigas. Mamá nos había llevado a pasar la tarde al circo.