El hablar de cada día II, por Cristina Bajo

A veces doy con palabras olvidadas que me llevan a escribir un cuento sólo por las ganas inmensas de usarlas.

Cristina Bajo
Cristina Bajo

En Córdoba, como en todo el país, hay infinidad de voces ajenas al español y tomadas de las antiguas lenguas indígenas, especialmente en nuestra geografía: Amboy, Calchín, Quizquisacate, Ischilín, Macha, Tuclame, Panaholma, Uritorco, Taninga, Colanchanga, y tantísimas otras localidades o parajes que deben sus nombres a los primitivos moradores.

Si la terminación "sacate" quiere decir comarca, podemos deducir el nombre de muchos caciques: Salsacate, Quizquisacate y Anizacate rinden homenaje a jefes indígenas que tuvieron actuaciones heroicas o relevantes para su gente en la lucha contra otros pueblos aborígenes o contra el español.

Nuestro hablar de cada día le debe muchos vocablos al quichua, y los usamos sin saber su origen: achira, cancha, morocho, chaucha, poroto, choclo, humita, vincha, totora, carancho, charqui, guacho, guano, vicuña, guanaco, quirquincho, vizcacha, yapa, achura, chango, chinchilla, chúcaro, ojota, puma, quincho, tala, tambo y tantísimos otros.

Hay palabras que parecen provenir del lunfardo, como pucho y pilcha: ésta, como ropa, deriva del quichua y significa manta o cobija; mientras que pucho y tamango son de origen africano.

También el aimará nos prestó términos: cuco, fantasma en esa lengua. Y de los araucanos –muy identificadas hoy– les dejo una impensada: laucha.

La palabra "guaraní" significa "guerrero". De los guaraníes derivan Iguazú (agua grande), Paraguay, Uruguay, Paysandú, Iberá, Pehuajó, Oberá (resplandeciente), Paraná (pariente del mar), Itatí, Yapeyú; y muchos nombres de animales, plantas y flores, como coatí, tatú, yacaré, yarará, camuatí, jaguar, jaguareté, chajá, piraña, ñandú, surubí, tucán, tuyú (cigüeña), urutaú; y palabras como tanga (taparrabos que usaban las mujeres de algunas tribus), tereré, ñandutí, ñandubay, mandioca, tapioca, irupé, mburucuyá y más. De origen mapuche o ranquel son Neuquén, Ayelén, Nahuel, choique, y topónimos de toda la Patagonia.

Y aún nos queda agregar algunos africanismos: términos antillanos que vaya a saberse cómo llegaron: congo, criollo, tango (nacido tangó) que en el Río de la Plata se convirtió en candombe entre los siglo XVIII y XIX, para renacer en nuestro tango a principios del XX.

Y agreguemos: mandinga, mondongo, ganga, bochinche, milonga, canyengue, banana, mina (mujer), mucama (igual), payador e infinidad de términos coloquiales argentinos.

A veces doy con palabras que me provocan escribir un cuento sólo por usarlas. Y disfruto cuando recorro otras provincias y me encuentro con alguien de campo, como ocurrió en los Llanos de la Rioja con un señor humilde, que me resucitó una palabra olvidada. A una pregunta mía, respondió: "De eso, el que sabía saber, era fulano, pero lástima, ya feneció." Y la palabra colegir –deducir– la he oído en boca de nuestros serranos.

Como lectora, amo las palabras de por sí: porque son bellas, porque me conectan con ciertos sentimientos, con fuertes sensaciones, con la conciencia. Tengo libros con palabras marcadas con distintos colores; otros, con sólo una palabra que al pronunciarla, me sonó en la boca como algo dulce o sagrado o áspero o gentil.

El idioma es la expresión de un pueblo, es el reflejo de su cultura. Cada palabra es un hito; su significado es un mundo.

Sugerencias:

1) Buscar en librería de usados Voces y costumbres de Catamarca, de Carlos Villafuerte;

2) De Vicente Rossi, Cosas de Negros;

3) De Azor Grimaut, Ancua, poemas escritos con el léxico de las antiguas barriadas cordobesas.