Carmen y Silvia viven junto a sus hijas adolescentes Alondra y Talía, en la zona rural de Capilla del Carmen, en el departamento Río Segundo. El pueblo más cercano que tienen está a 10 kilómetros por caminos de tierra, por lo que cuando llueve, se hace casi imposible salir por varios días.
Las compras mayoristas son habituales en esta familia que una vez al mes acuden a Villa del Rosario o Santiago Temple a comprar la mercadería, contaron a Vía Rio Primero. Packs de arroz, fideos, harina, azúcar, yerba y aceite, no pueden faltar.
En el campo, cuentan con leche, huevos y carne, ya que crían cabritos, lechones, pollos y terneros; además de tener su propia huerta con todo tipo de verduras de estación y plantas de frutales.
El aislamiento obligatorio también se sintió en esas latitudes porque si bien el trabajo que realizan a diario continúa de igual manera, atendiendo a los animales y trabajando el campo, la única salida diaria que era llevar a una de sus hijas al secundario, ya no la realizan por la suspensión de las clases.
Los fines de semana, esta familia tenía su salida para visitar a los padres de Silvia, en otro pueblo vecino. Esa quizás sea la acción que más ha costado dado que los padres son octogenarios y ahora deben ser atendidos por cuidadoras domiciliarias.
Las llamadas telefónicas se volvieron parte de la rutina diaria para saber cómo se encuentran, cómo transcurren sus días, y tratar de que no se sientan tan solos al no poder ver a sus hijos, nietos y bisnietos.
Tampoco reciben visitas. "Acá teníamos gente todos los días. Vecinos que pasaban a tomar mates, amigos que venían a cenar, familiares con los que nos veíamos todas las semanas", comenta Silvia con un dejo de nostalgia.
El esposo de Carmen conforma el grupo de riesgo ya que en octubre fue operado del corazón; por eso también entendieron que el cumplimiento efectivo de la cuarentena era fundamental para protegerlo y proteger a toda la familia.
En el hacer diario, las actividades siguen siendo las mismas por lo que se sienten agradecidos de vivir en el campo, donde el encierro no se nota, donde pueden continuar con sus actividades, salir a caminar, andar en bicicleta, correr, cosas simples que en las grandes ciudades no se pueden hacer.
"Estamos haciendo una vida normal, solos, pero normal", remarca Silvia, poniendo énfasis en la soledad que en la inmensidad del campo, se nota mucho más.