El River-Boca que iba a mostrarse con orgullo a los ojos del mundo, la madre de todas las finales, se convirtió en un bochorno internacional. Lastimosamente.
Un estadio Monumental desbordado, como lo estuvo la Bombonera en un delirante entrenamiento a puertas demasiado abiertas, será escenario de una final que tanto se esperó, y que por las circunstancias imperantes, no debería disputarse.
La agresión sufrida por el plantel de Boca por parte de un grupo de energúmenos es motivo suficiente para la suspensión del partido. "No estamos en condiciones de jugar, no están obligando", certificó Carlos Tevez.
Y aludio a que su compañero Pablo Pérez, capitán del equipo, pasó de ser titular en un apoteótico partido de fútbol, a un herido de guerra con un ominoso parche en el ojo.
Porque en nombre de la seguridad, desde hace al menos un mes se craneó un operativo que falló en uno de los puntos más insólitos: meter en la boca del lobo al micro con los jugadores de Boca, rodeados por exaltados hinchas de River.
El partido, por más final del mundo que sea, no debería jugarse. Conmebol bajó el martillo para entren a la cancha, con la presión extra de un Infantino intransigente. Para la Conmegol, para Fifa, los futbolistas son trozos de carne y el espectáculo debe continuar.
El superclásico River-Boca, algo digno de verse antes de morir; la súper finalísima de todos los tiempos; la definición del fin del mundo... Qué triste final.