El Maestro y su grito de gol eterno

Por Jorge Nahúm. Con Rubén Torri se va uno de los últimos románticos de los relatos deportivos. Un querido profesional, un ser querible.

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A Dios le gusta el fútbol, y seguro escuchaba los relatos de Rubén Torri. Como casi todos. Con la vieja Spika pegada a la larga barba, Dios se comía las uñas y por ahí se reía cuando escuchaba "cepillito abajo", "levanta el faro" y "al rincón de las ánimas".

Con el Chino se fue el último romántico de los relatos. Un sabio que enseñaba con sólo ponerse al lado. Un libro abierto que vio con sus propios ojos la historia del deporte argentino. Y la cantó a viva voz.

Lo lloran sus discípulos, muchos de ellos enamorados del micrófono como él mismo. Y lo lloramos todos porque era un querido maestro y un hombre querible, por igual.

En el Gigante de Alberdi, su estadio favorito; en Alta Córdoba, su cancha; en la Boutique de sus grandes épicas; en el Kempes, está grabado el eco de sus goles.

A Dios a lo mejor no le gustan tanto las peleas. Pero el día que escuchó boxeo, seguro que fue un relato del Chino.